Categorías
Crónicas, opinión

Jesús Navas

Septiembre 27, 2020

Un vencejo andaluz

Emite un inconfundible sonido, una especie de chillido, como si quisiera anunciar que llega, que está, que ha vuelto… Ante todo que ha vuelto. Porque siempre, aunque tenga un indomable carácter migratorio, vuelve. Regresa cada primavera al mismo lugar donde, un día, estableció su nido. El nido como origen, como refugio, como hogar, como escudo y espada al mismo tiempo. Los vencejos son aves muy pequeñas con una peculiaridad: sus alas son tan grandes y sus patas, tan cortas que si cesan el vuelo necesitarán un impulso externo para retomarlo. De hecho, pasan la mayor parte del tiempo volando e incluso duermen ‘ahí arriba’… Son privilegiados a la par que especiales. Y son, también, una especie protegida. Porque, efectivamente, hay que protegerlos. Esta especie tiene una (bonita) costumbre: sobrevolar Sevilla desde que se asoma la primavera hasta que el otoño acecha en el mes de septiembre.

Sin embargo, las crías una vez que abandonan el nido familiar no vuelven como un día hizo el hijo pródigo… Pero siempre hay una excepción que confirma la regla, porque a veces hay que regresar a tu propio nido para retomar el vuelo y no marcharte nunca más. Volar en casa, este es el sueño de muchos. Migrar para volver. Así lo hizo Jesús Navas: salió de su Sevilla natal con destino Manchester (City), donde creció y mejoró hasta que se percibió preparado para iniciar el retorno a su tierra, donde no hay nadie mejor que él para erigirse como profeta… Un profeta que no hace excesivas conjeturas sino que actúa en consecuencia de estas, fabrica discípulos y celebra misas de noventa minutos en las que el sevillismo, que nunca se rinde, es la única religión.

Navas se ha enfrentado a decenas de rivales a lo largo de su carrera, pero el más difícil fue el que casi acaba con ella: la ansiedad. No es una lesión, no hay cirugía que la detenga, no hay tirita que la aplane o silencie… Simplemente se celebra un duelo entre el que la padece y ella, no es a vida o muerte pero tu cuerpo parece que así lo refleja; no te estás muriendo pero sientes que exhalas tus últimos suspiros; no te impide realmente viajar, jugar o salir, pero consigue hacerlo porque entra en tu cabeza, manipula tu cuerpo y te sientes como una marioneta en manos del villano. Todo te produce vértigo. Todo se tambalea. Todo es un precipicio que hay que evitar. Todo está tan claro para ti mientras los demás no observan ningún peligro latente ni patente. Esto es la ansiedad. Y al carrilero le sacudió desde muy joven, cuando estaba con la Sub-20 a punto de disputar un Mundial y cuando, después, llegaron las réplicas, que siempre son peores que el terremoto original, como en la que salió corriendo de un entrenamiento con el club hispalense en 2005 y se sentó solo, en un campo cercano a donde estaban sus compañeros, hasta que su familia vino a ‘rescatarle’ el día siguiente. Te haces pequeño, vuelves a ser el niño que necesita protección bajo el ala de papá o mamá, porque el mundo se convierte en un lugar hostil en el que la oscuridad generada por la ansiedad te supera.

Venció. Tuve que irse para hacerlo, sufrir bastantes episodios y recibir impulsos externos –como el vencejo– para retomar el vuelo, pero en agosto de 2017 regresó al nido y está (re)viviendo con el equipo de su vida lo que años atrás quizá le arrebató ese monstruo.

Hoy, Jesús Navas –cuyo nombre significa ‘salvador’– es el jugador con más títulos de la historia de su Sevilla Fútbol Club. Pero, ante todo, lo lleva «en volandas por siempre a ganar».

Categorías
Crónicas, opinión

Victor Valdés

Octubre 25, 2018

Con las manos en la pizarra

Si fuera una banda sonora sería una melodía rock acompañada de la voz de Bob Dylan. Él, que también se sintió como la protagonista de Like a rolling stone durante su periplo en Alemania para la recuperación de su rodilla. Su hijo mayor se llama Dylan, que significa «hijo del mar», casualmente como él se siente cuando se posa sobre una tabla de surf o navega en barco.

Si tuviera que protagonizar una película optaría por cualquiera que haya interpretado su actor favorito, Humphrey Bogart, aunque él elija la chupa de cuero y las gafas de aviador en lugar de sombrero y gabardina. Eso sí, al menos en esta ocasión, se despojó de su inseparable pendiente en la oreja izquierda. Bogart, el mismo que pronunció la inolvidable cita «Siempre nos quedará París», precisamente el lugar en el que él ascendió al cielo del fútbol por obra y gracia de sus manos.

Si tuviera que elegir una profesión, jamás volvería a ser portero. Pero se quedaría, como hace ahora, al lado de los que sí han optado por esta vía para decirles lo que deben escuchar; enseñarles lo que deben aprender; y escucharles cuando sean ellos los que lo necesiten. Probablemente porque esto fue lo que él echó en falta. Y quizá por ello también contó en un libro [#MétodoV] cómo trazó su propio camino una vez asumido que sería este.

Eso sí, siempre será en esencia y quizá con más libertad que nunca Víctor Valdés Arribas, nacido en L’Hospitalet de Llobregat, aunque se siente gavanenc [de Gavà], el 14 de enero de 1982.

***

Son las tres de la tarde de un domingo, del 21 de octubre de 2018, y el sol pega fuerte en el Urbis, campo de la ED Moratalaz. Allí jugará en algo más de una hora el Juvenil A del club, grupo al que entrena Valdés, ante el Leganés C.

En pleno sur de Madrid, y con detalles en cada rincón que te recuerdan dónde estás, van llegando los padres de los niños que jugarán antes que el equipo juvenil. Sin embargo, ya pulula por ahí un viejo conocido de la grada… «Está igual que siempre» confiesa una señora emocionada a su marido y a su hijo, este último entrena a otro grupo de niños que ya habían jugado por la mañana. Otros se asomaban a la valla, con aparente curiosidad, para observarle. Y quien esto escribe no iba a ser menos… Me asomé y, sin ningún tipo de sorpresa, allí estaba: sentado, solo y tecleando algún mensaje en su móvil. Fan absoluto de la soledad, la previa del encuentro no iba a ser la excepción. Después apareció ‘su segundo’ y mostraron una gran complicidad. Con su llegada, el móvil se quedó atrás… Era hora de hablar de fútbol. Rieron y comentaron las jugadas que estaban viendo. Y no me extraña… yo misma me quedé asombrada con la garra, la entrega, la pasión y el talento que estaban dejando sobre el verde algunos de los pequeños, que se habían convertido en el preámbulo del partido que jugaría más tarde el equipo al que Valdés entrena.

***

El sol se escondió y en cuestión de minutos ha empezado a llover de manera considerable. Afortunadamente, el cielo se despejaría pocos minutos después de que el árbitro señalase el inicio del partido. Pero Valdés no se sienta en el banquillo. «Debe estar escondido por ahí» dice la madre de uno de los jugadores. Y, en efecto, se encontraba sentado en paralelo a la banda derecha, justo enfrente del banquillo con el césped como mediador, ataviado con una gorra, un abrigo negro y sus inseparables gafas de sol. Poco tardó en despojarse de todo ello y entonar su inconfundible voz para dar órdenes a sus jugadores ya que el Leganés fue el primero en anotar. Ambos equipos se fueron al descanso con el 0-1 en el marcador. Y la segunda parte bien se podría resumir en un dominio absoluto del Moratalaz.

«Juan [preparador físico y entrenador], pasamos al 4-3-3 porque están muy cómodos con el sistema actual». Ejerció de entrenador, arriesgó y acertó. Su primer intercambio de cromos funcionó a la perfección: entró Dylan y con él cambió radicalmente el encuentro. Su otro «hijo del mar» marcó el empate y se adueñó de la banda a la que Valdés, desde el primer minuto, se había pegado. Con el 1-1 en el marcador, los chicos del ‘Morata’ acorralaron a un Leganés que se quedó atemorizado en su área y que protagonizó apenas dos contras en los últimos 45 minutos. Todo se jugó en el área del ‘Lega’ y los de Valdés estuvieron muy cerca de llevarse la victoria. Pese a que se produjo un reparto de puntos, los locales contaron con el aliento de una improvisada grada de animación con miembros de otros grupos del Moratalaz y amigos de los que estaban jugando. Incluso el propio Valdés se despidió de ellos cuando el colegiado señaló el final del encuentro con una sonrisa pícara tras escuchar las continuas ovaciones y palabras de ánimo hacia sus jugadores.

***

Al término del encuentro y de la innegociable charla a sus futbolistas, el actual técnico salió por la puerta del Urbis; se despidió de los presentes y se montó en su ansiada Harley [vehículo que deseaba desde que era futbolista] y dejó el sur de Madrid atrás hasta el próximo entrenamiento.

***

El niño que nunca quiso ser portero pero fue uno de los mejores del mundo está escribiendo un nuevo capítulo en su particular historia. Quién sabe si, algún día, formará parte de la de otro jugador como parte protagonista desde el banquillo. Alma e intención tiene. Y talento, como siempre, le sobra.

Las manos de Víctor Valdés han dejado de detener los balones a Drogba, Cristiano o Henry para escribir estrategias tácticas en una pizarra en la que, esta vez, su nombre se sitúa bajo la denominación de ‘entrenador‘.

Atrás queda la ‘cárcel de cal’ en la que se convirtió la portería para él, como intenta reflejar la imagen de esta crónica, para mudarse de manera definitiva a un banquillo en el que cada vez se siente más cómodo con su nuevo papel.

Categorías
Crónicas, opinión

Arturo Vidal

Mayo 13, 2019

Rey de espadas

FC Barcelona

Cometierra‘, así le llamaban cuando era pequeño porque siempre acababa los partidos con heridas y graves problemas para respirar. Pasa el tiempo y Arturo Vidal mantiene exactamente el mismo ritual… A pesar de que ha cambiado el barro por el césped –ahora del Camp Nou– sigue siendo ese infatigable futbolista que inhala el oxígeno perdido cuando el árbitro señala el final del encuentro.

El chileno soplará 32 velas el próximo 22 de mayo y aunque el regalo soñado –la Champions– se sigue resistiendo, Vidal tiene claro que debe continuar por el camino trazado. Así se lo hizo saber la afición el pasado domingo.

Llegó a Can Barça con más detractores que defensores, como lo hizo su ‘tocayo’ el Rey Arturo cuando se convirtió en monarca de Camelot, lucha armada mediante, después de haber arrancado la espada de aquella piedra. Vidal copió su mapa de ruta: sacó la espada de una piedra blaugrana plagada de prejuicios y (de)mostró que su fútbol tiene sitio en el templo culé.

El chileno ha construido su particular Camelot en la medular del Camp Nou con su aguante, su fe incesante y su buen hacer con el balón –porque sí, también lo tiene–. De hecho, Guardiola, confeso republicano cuando este rey con cresta pisó su palacio en Múnich, terminó convirtiéndose a su particular monarquía. Y aunque su rodilla derecha, en dos ocasiones, quiso convertirle en un Aquiles derrotado, ha demostrado que su espada siempre consigue zafarse de los obstáculos a los que se enfrenta.

Se acostumbró a luchar desde bien pequeño, cuando tuvo que ayudar en casa ante la ausencia de su padre, la llegada de su hermana y una madre que no daba más de sí. Encontró en sus botas la varita mágica de Merlín y fue allí, en la barriada de San Joaquín, donde empezó a escribir su particular historia en el fútbol.

En su memoria habitan recuerdos [“el hambre y el frío que pasaba con mi familia; la forma en la que luchó mi madre y todo el esfuerzo que tuvo que hacer para darnos algo sin tener nada”] que le llevan siempre hasta donde pocos más, o ninguno, llega.

La cultura del esfuerzo, la obligación de superarse y la fuerza de la antigua necesidad son las que le han convertido en un centrocampista que, siempre, acaba teniendo reservado su sitio en el once.

El Camelot de Arturo Vidal no es ningún estadio: es el el balón reconvertido en pócima el que ha hecho del chileno el auténtico Rey Arturo.

Categorías
Crónicas, opinión

Frenkie De Jong

Agosto 9, 2020

En el paisaje de su pequeño pueblo natal, Arkel, se cuela un molino de viento: es sencillo a la vista, sin demasiados adornos estéticos, cumplió con su función años atrás y ahora ejerce como marco de recuerdo. Con su movimiento de aspas buscaba drenar el agua o moler el grano… Exactamente igual que Frenkie de Jong en el centro del campo del Fútbol Club Barcelona.

Nieto del ‘Cruyffismo‘ y alumno de las mejores escuelas de dicha corriente: visualiza, organiza y fabrica. Rápido en el aprendizaje, en su carrera –en el sentido más literal– tenía un sueño –jugar en el Barça– y un objetivo –hacerlo en el centro del campo–. Una vez acomodado en ambas metas, sigue tomando apuntes –y no solo de castellano–. Ahora no sueña con ser mejor, trabaja para serlo: quiere dotar de más calidad su pase en largo, aumentar el número de pases decisivos y al mismo tiempo, el de goles. Y, aunque hay quien aguanta la respiración cuando se sitúa de cara al portero y de espaldas al resto, él ha aprendido a mover sus aspas en la mejor dirección.

Marca el inicio, siembra las raíces y las hace crecer con sus movimientos posteriores. Como el molino de Arkel: ‘drena’ en la zona defensiva y se encarga de ‘moler’ en la ofensiva. El centro del campo es su hábitat y cuando forma dupla con Sergio Busquets, como un día fueron Don Quijote y Sancho, Frenkie dibuja y desdibuja auténticas obras de arte (re)convertidas en jugadas. Así es a sus 23 años. Y hablamos de alguien que a los seis impuso en casa la decisión de marcharse a jugar al Willem II, donde, más tarde, optó por mantener al Ajax aguardando su llegada para debutar como canterano en el primer equipo del club que apostó por él antes que nadie; una vez en ‘territorio Cruyff’, y después de brillar en él, dejó la llamada culé en espera porque sentía que debía jugar más y mejor allí y devolverle la confianza que le habían dado; y, finalmente en Barcelona, conquistó la paciencia de la grada para ofrecerle su mejor versión. Así es Frenkie: un joven futbolista que, pese a la rapidez de su carrera, siempre mide (bien) sus pases.

Desde que anunció esa primera decisión, no ha dejado de tomar una detrás de otra: ese es el arte que crea con el balón como pincel. Este es Frenkie De Jong: nieto de Cruyff e hijo de Ten Hag.

Categorías
Crónicas, opinión

Ojalá vivir como juega Messi

Julio 12, 2020

Ojalá saber cuándo merece la pena retroceder unos metros hacia la medular en busca del balón para que la incursión en el área rival surta el efecto buscado: el gol. El gol como objetivo. El gol como meta. El gol como termómetro del éxito. Porque si esa red tiembla cuando el balón la acaricia es que, probablemente, ha merecido la pena. Ha merecido la pena el sprint para alcanzar el esférico, el giro sobre el lateral que conduce para que no consiga echarme de la carretera, el ímpetu de los compañeros que me acompañan custodiando mi carrera… Quizá en el inicio de la jugada los tacos de mis botas quemaban porque pensaba con más rapidez de la que me movía, pero estoy segura de que, después de ver esa red zarandeándose, habré sentido mis pies descalzos sobre el césped fresco, húmedo y recién cortado.

Ojalá vivir como juega Messi.

Ojalá medir con precisión cuándo el camino se debe hacer andando o, por el contrario, requiere una sexta velocidad. O quizá un dribling que evite (des)encuentros.

Ojalá vivir como juega Messi.

Ojalá mantener la sencillez como método de trabajo y de actuación y, aun así, resultar elegante. Que todos sepan lo que voy a hacer, pero conseguir sorprenderles. Que me divierta mientras veo las reacciones, pero sobre todo mientras las llevo a cabo.

Ojalá vivir como juega Messi.

Ojalá ser capaz de conjugar la inocencia de mi niñez con la sabiduría de mi edad adulta, agitarlas y convertirme en una gigante que avanza a pasos de pulga pero que sabe, segura, que llegará al área.

Ojalá vivir como juega Messi.

Ojalá no sentir miedo ante nada ni ante nadie porque confío en mí, aunque a veces no todo me salga bien. Ser también lo suficientemente valiente como para rodearme de los mejores. Y, además, que ellos me sumen y yo les sume para que juntos multipliquemos más que dividamos… Así, los números siempre serán más altos y mejores: los suyos y los míos.

Ojalá vivir como juega Messi.

Con la tranquilidad de exprimir el presente y la certeza de que el futuro me situará en buen lugar y, entonces, la huella que deje será la de una gigante que un día caminó a paso de pulga.

Ojalá vivir como juega Messi.