Octubre 25, 2018
Con las manos en la pizarra

Si fuera una banda sonora sería una melodía rock acompañada de la voz de Bob Dylan. Él, que también se sintió como la protagonista de Like a rolling stone durante su periplo en Alemania para la recuperación de su rodilla. Su hijo mayor se llama Dylan, que significa «hijo del mar», casualmente como él se siente cuando se posa sobre una tabla de surf o navega en barco.
Si tuviera que protagonizar una película optaría por cualquiera que haya interpretado su actor favorito, Humphrey Bogart, aunque él elija la chupa de cuero y las gafas de aviador en lugar de sombrero y gabardina. Eso sí, al menos en esta ocasión, se despojó de su inseparable pendiente en la oreja izquierda. Bogart, el mismo que pronunció la inolvidable cita «Siempre nos quedará París», precisamente el lugar en el que él ascendió al cielo del fútbol por obra y gracia de sus manos.
Si tuviera que elegir una profesión, jamás volvería a ser portero. Pero se quedaría, como hace ahora, al lado de los que sí han optado por esta vía para decirles lo que deben escuchar; enseñarles lo que deben aprender; y escucharles cuando sean ellos los que lo necesiten. Probablemente porque esto fue lo que él echó en falta. Y quizá por ello también contó en un libro [#MétodoV] cómo trazó su propio camino una vez asumido que sería este.
Eso sí, siempre será en esencia y quizá con más libertad que nunca Víctor Valdés Arribas, nacido en L’Hospitalet de Llobregat, aunque se siente gavanenc [de Gavà], el 14 de enero de 1982.
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Son las tres de la tarde de un domingo, del 21 de octubre de 2018, y el sol pega fuerte en el Urbis, campo de la ED Moratalaz. Allí jugará en algo más de una hora el Juvenil A del club, grupo al que entrena Valdés, ante el Leganés C.
En pleno sur de Madrid, y con detalles en cada rincón que te recuerdan dónde estás, van llegando los padres de los niños que jugarán antes que el equipo juvenil. Sin embargo, ya pulula por ahí un viejo conocido de la grada… «Está igual que siempre» confiesa una señora emocionada a su marido y a su hijo, este último entrena a otro grupo de niños que ya habían jugado por la mañana. Otros se asomaban a la valla, con aparente curiosidad, para observarle. Y quien esto escribe no iba a ser menos… Me asomé y, sin ningún tipo de sorpresa, allí estaba: sentado, solo y tecleando algún mensaje en su móvil. Fan absoluto de la soledad, la previa del encuentro no iba a ser la excepción. Después apareció ‘su segundo’ y mostraron una gran complicidad. Con su llegada, el móvil se quedó atrás… Era hora de hablar de fútbol. Rieron y comentaron las jugadas que estaban viendo. Y no me extraña… yo misma me quedé asombrada con la garra, la entrega, la pasión y el talento que estaban dejando sobre el verde algunos de los pequeños, que se habían convertido en el preámbulo del partido que jugaría más tarde el equipo al que Valdés entrena.
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El sol se escondió y en cuestión de minutos ha empezado a llover de manera considerable. Afortunadamente, el cielo se despejaría pocos minutos después de que el árbitro señalase el inicio del partido. Pero Valdés no se sienta en el banquillo. «Debe estar escondido por ahí» dice la madre de uno de los jugadores. Y, en efecto, se encontraba sentado en paralelo a la banda derecha, justo enfrente del banquillo con el césped como mediador, ataviado con una gorra, un abrigo negro y sus inseparables gafas de sol. Poco tardó en despojarse de todo ello y entonar su inconfundible voz para dar órdenes a sus jugadores ya que el Leganés fue el primero en anotar. Ambos equipos se fueron al descanso con el 0-1 en el marcador. Y la segunda parte bien se podría resumir en un dominio absoluto del Moratalaz.
«Juan [preparador físico y entrenador], pasamos al 4-3-3 porque están muy cómodos con el sistema actual». Ejerció de entrenador, arriesgó y acertó. Su primer intercambio de cromos funcionó a la perfección: entró Dylan y con él cambió radicalmente el encuentro. Su otro «hijo del mar» marcó el empate y se adueñó de la banda a la que Valdés, desde el primer minuto, se había pegado. Con el 1-1 en el marcador, los chicos del ‘Morata’ acorralaron a un Leganés que se quedó atemorizado en su área y que protagonizó apenas dos contras en los últimos 45 minutos. Todo se jugó en el área del ‘Lega’ y los de Valdés estuvieron muy cerca de llevarse la victoria. Pese a que se produjo un reparto de puntos, los locales contaron con el aliento de una improvisada grada de animación con miembros de otros grupos del Moratalaz y amigos de los que estaban jugando. Incluso el propio Valdés se despidió de ellos cuando el colegiado señaló el final del encuentro con una sonrisa pícara tras escuchar las continuas ovaciones y palabras de ánimo hacia sus jugadores.
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Al término del encuentro y de la innegociable charla a sus futbolistas, el actual técnico salió por la puerta del Urbis; se despidió de los presentes y se montó en su ansiada Harley [vehículo que deseaba desde que era futbolista] y dejó el sur de Madrid atrás hasta el próximo entrenamiento.
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El niño que nunca quiso ser portero pero fue uno de los mejores del mundo está escribiendo un nuevo capítulo en su particular historia. Quién sabe si, algún día, formará parte de la de otro jugador como parte protagonista desde el banquillo. Alma e intención tiene. Y talento, como siempre, le sobra.
Las manos de Víctor Valdés han dejado de detener los balones a Drogba, Cristiano o Henry para escribir estrategias tácticas en una pizarra en la que, esta vez, su nombre se sitúa bajo la denominación de ‘entrenador‘.
Atrás queda la ‘cárcel de cal’ en la que se convirtió la portería para él, como intenta reflejar la imagen de esta crónica, para mudarse de manera definitiva a un banquillo en el que cada vez se siente más cómodo con su nuevo papel.