Mayo 13, 2019
Rey de espadas

Cometierra‘, así le llamaban cuando era pequeño porque siempre acababa los partidos con heridas y graves problemas para respirar. Pasa el tiempo y Arturo Vidal mantiene exactamente el mismo ritual… A pesar de que ha cambiado el barro por el césped –ahora del Camp Nou– sigue siendo ese infatigable futbolista que inhala el oxígeno perdido cuando el árbitro señala el final del encuentro.
El chileno soplará 32 velas el próximo 22 de mayo y aunque el regalo soñado –la Champions– se sigue resistiendo, Vidal tiene claro que debe continuar por el camino trazado. Así se lo hizo saber la afición el pasado domingo.
Llegó a Can Barça con más detractores que defensores, como lo hizo su ‘tocayo’ el Rey Arturo cuando se convirtió en monarca de Camelot, lucha armada mediante, después de haber arrancado la espada de aquella piedra. Vidal copió su mapa de ruta: sacó la espada de una piedra blaugrana plagada de prejuicios y (de)mostró que su fútbol tiene sitio en el templo culé.
El chileno ha construido su particular Camelot en la medular del Camp Nou con su aguante, su fe incesante y su buen hacer con el balón –porque sí, también lo tiene–. De hecho, Guardiola, confeso republicano cuando este rey con cresta pisó su palacio en Múnich, terminó convirtiéndose a su particular monarquía. Y aunque su rodilla derecha, en dos ocasiones, quiso convertirle en un Aquiles derrotado, ha demostrado que su espada siempre consigue zafarse de los obstáculos a los que se enfrenta.
Se acostumbró a luchar desde bien pequeño, cuando tuvo que ayudar en casa ante la ausencia de su padre, la llegada de su hermana y una madre que no daba más de sí. Encontró en sus botas la varita mágica de Merlín y fue allí, en la barriada de San Joaquín, donde empezó a escribir su particular historia en el fútbol.
En su memoria habitan recuerdos [“el hambre y el frío que pasaba con mi familia; la forma en la que luchó mi madre y todo el esfuerzo que tuvo que hacer para darnos algo sin tener nada”] que le llevan siempre hasta donde pocos más, o ninguno, llega.
La cultura del esfuerzo, la obligación de superarse y la fuerza de la antigua necesidad son las que le han convertido en un centrocampista que, siempre, acaba teniendo reservado su sitio en el once.
El Camelot de Arturo Vidal no es ningún estadio: es el el balón reconvertido en pócima el que ha hecho del chileno el auténtico Rey Arturo.